Esta mañana tenía cita en el médico, a causa de un esguince que obliga a cojear. En la puerta del ambulatorio (Reina Victoria con Pablo Iglesias, en Madrid) he asistido a esta sucesión de escenas:
-Un coche a toda velocidad se topa con un semáforo en rojo. Frena. Los neumáticos chirrían y el coche se desliza sobre sus ruedas inmóviles, que acaban echando humo antes de parar justo en la línea de cruce.
-Un agente de movilidad motorizado observa la escena, meneando negativamente la cabeza.
-Mientras cruzo y delante mío, el mismo agente se salta el semáforo en rojo, entre dos peatones.
-Como estoy cojo, no me da tiempo a cruzar y el semáforo se cierra cuando me quedan tres metros. El coche que estaba esperando en ese carril pita y avanza hacia mí. Le hago un gesto con la mano. No sólo me contesta violentamente, sino que hace amago de ir a atropellarme (lo juro, a un cojo).
Conclusión:
El coche ha pasado rozándome, pero me ha dado tiempo a darle un fuerte golpe en la ventanilla. Sólo mi cojera ha impedido que me tomara la justicia con mi propia mano. Es evidente que los semáforos de Reina Victoria me hubieran dado tiempo a alcanzarlo corriendo. No sé qué hubiera pasado, pero tengo curiosidad en saber si me hubiera convertido en el vengador justiciero. De ser así, se lo hubiera dedicado a todos los ancianos y discapacitados que viven en este locura de ciudad.
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